El libro. De los poemarios que más llegan y llagan son los elegíacos destinados a la muerte del padre. ¿Por qué es así? Quizá se debe a que la madre está inscrita como gestadora «de todo cuanto existe» en las más antiguas tradiciones y porque, en lo simbólico, de ella nacen y en ella mueren las cosas. Sin embargo, poco se habla de los vínculos con el padre, ese ser que en su silencio da vida, no del alumbramiento, sino la que nace del desear. El padre educa a la hija en el deseo. Tal parece ser la relación entre Gabriela Cantú Westerndap y el padre. Él es presencia, paisaje, rumbo.

Mark Strand, en su elegía al padre, escribe que los adioses nunca son definitivos. Elegías al padre tenemos en otras las de Jaime Sabines, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz, Carlos Aganzo, Guadalupe Grande, Adam Sagajewski… la lista es grande mas el acercamiento de cada uno de los poetas diverso. Gabriela Cantú hace una reposada reflexión transida de dolor y pena.

Como en las coplas de Jorge Manrique, Gabriela pasa de la narración a la abstracción hasta lo más humano. Mientras que en Manrique hay un tono moralizante, en este poemario elegíaco existe una bellísima asimilación de lo ido que permanece en la naturaleza, la música, la pintura, permitiendo que el duelo se transforma en un regreso espiritual, en una indeleble compañía.

 

La autora. Gabriela Cantú Westendarp es escritora y promotora cultural mexicana. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2012 y la Mención Honorífica en el Premio Regional Carmen Alardín 2011.

Es Directora de Difusión Cultural de la Universidad Metropolitana de Monterrey (UMM). Fundadora de Primer Cuadro, Casa Editorial UMM y miembro de varios consejos editoriales. Tiene publicados cinco libros de poesía y una novela. 

«Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte».