Zona de divagar en Asturias24
Hay en inglés una curiosa expresión, "running on empty" –cuya traducción literal sería "tirar de vacío" pero que corresponde, en realidad, a nuestro "ir con el depósito en reserva"–, que parece particularmente apropiada a este tiempo nuestro de fuerzas limitadas y prudencias sin fin. Todo intimida de antemano, todo se toma con varios granos de sal y previsible reserva, como si no estuviéramos seguros de poder afrontarlo con garantías. La cascada de noticias que cae sobre nosotros cada día nos inclina la frente y es como una ducha fría preventiva, el almizcle chivato que nos alerta del enemigo y nos aparta del camino antes incluso de adentrarnos en él.
Ya puestos a ser literales, este correr sobre vacío del inglés parece configurar una imagen bastante reveladora del absurdo en el que vivimos. Como si alguien nos hubiera robado la bicicleta y siguiéramos moviendo las piernas convencidos de que a base de pedalear crearemos la bicicleta. ¿Y quién sabe? Quizá este movimiento regular y un poco histérico sea el comienzo de algo. En realidad no deja de ser lo que siempre han hecho los artistas: crear un mundo a base de nada, partiendo de nada. Es como el "caminar haciendo camino" de Machado o, más en general, como ese blanco preliminar sin el cual no hay lienzo ni página que valga.
Sería frívolo y hasta de mal gusto insinuar que los capos del ultracapitalismo y los grandes poderes financieros están desmantelando sin contemplaciones el estado de derecho para convertirnos a todos en artistas de nuestra propia vida –no les demos, encima, esa capacidad de imaginar horizontes–, pero sospecho que una posible solución al impasse en el que andamos pasa justamente por tomar las riendas de muchos aspectos de nuestra vida que antes dábamos por supuestos o arbitrados en manos de terceros. La solidaridad, por ejemplo. La facultad para crear redes de apoyo y de intercambio que nos empoderen y nos conviertan de nuevo –no en dueños, ¿quién puede o quiere ser dueño de nada?– en conductores de nuestro día a día. No está claro cómo lograrlo en la práctica más allá de vagas proclamas
Todos los días nos enteramos de lugares donde se reactivan o se improvisan respuestas, salidas, contraataques analgésicas –esta incluida–, aunque todos los días nos enteramos de lugares donde se reactivan o se improvisan respuestas, salidas, contraataques. Y son muchos los que han trabajado en secreto y sin esperar nada por debajo del brillo equívoco de la superficie. Decía Antonio Gamoneda hace algunas semanas, en una entrevista, que "desmantelado el Estado del bienestar, hay que superarlo organizando la pobreza". Tanta rotundidad se expone a ser malentendida, pero hay que recordar su procedencia. La frase del poeta es la de alguien que –sospecho– nunca se creyó que esa prosperidad que nos vendían fuera del todo cierta; alguien que nunca dejó de ver el hueso de la pobreza bajo las ropas suntuosas del novorriquismo que devoraba de un lado a otro esta España mediocre, llena de tuertos que se creen reyes y de pícaros que no ven para no ser vistos, que callan esperando que los demás también callen. Quien como Gamoneda nunca esperó gran cosa es difícil que se sienta defraudado. Quien ha vivido siempre en y desde la precariedad es difícil que se haga ilusiones y tiene, igualmente, más capacidad para seguir moviendo las piernas y persistir en su marcha. De alguna manera, ha interiorizado el cansancio y lo concibe como un mal necesario, una tenia de lucidez que afina y afila la conciencia antes de encarar el siguiente obstáculo.
Lo que está claro es que avanzamos con el depósito en reserva y no sabemos cuánto más durará el viaje. Las viejas certezas han desaparecido o están a punto de hacerlo. Volvemos a un nuevo siglo diecinueve cruzado con el animal indócil de la tecnología virtual y el linaje resultante promete tenernos entretenidos mucho tiempo. No hace falta incurrir en predicciones agoreras o apocalípticas para saber que ese breve sueño de prosperidad –que solo fue eso: un sueño– no tiene intención de regresar.
Lo que está claro es que avanzamos con el depósito en reserva y no sabemos cuánto más durará el viaje. Las viejas certezas han desaparecido o están a punto de hacerlo. Volvemos a un nuevo siglo diecinueve cruzado con el animal indócil de la tecnología virtual y el linaje resultante promete tenernos entretenidos mucho tiempo. No hace falta incurrir en predicciones agoreras o apocalípticas para saber que ese breve sueño de prosperidad –que solo fue eso: un sueño– no tiene intención de regresar.
El mundo será un lugar mucho más hosco y difícil. Lo real encontrará la manera de ponernos a prueba una y otra vez y exasperar nuestra incredulidad (lo imposible no es ya algo que debamos pedir, como en aquel viejo lema sesentayochista, sino que está plantado ante nosotros y amenaza con devorarnos). Y habrá que volver de nuevo a los maestros que nunca debimos abandonar, los que sabían que la acción bien entendida empieza por uno mismo, que no puede haber ninguna esperanza de cambio colectivo si antes no obramos ese cambio en nuestro interior. Crear la bicicleta, en fin. Pedalear hasta que algo parecido a un manillar se insinúe ante nosotros. O sacar un conejo de la chistera. Todo lo que tenga que ver un poco con la magia o con la poesía, tanto da, todo lo que nos haga un poco artistas para refundar y recrear nuestra vida con la conciencia puesta en los demás. Como escribió Rilke en otro contexto: Sobreponerse es todo. Ese aprendizaje.