Ruskin y Rusiñol en el blog de Álvaro Valverde

                       


La editorial hispanomexicana Vaso Roto ha creado una nueva colección denominada Cardinales. Son libros preciosos y pequeños, muy bien editados, que da gusto tener en las manos. El primero que leí fue el que abre camino a la serie: El sueño imperativo, de John Ruskin, un inglés resistente que marcó con sus ideas sobre arte, naturaleza y sociedad la era victoriana, aunque fuera a su pesar. Aquella sensibilidad artística de los burgueses del Grand Tour. También "fue parte decisiva de las educación sentimental  del laborismo británico", como nos explica en su espléndida introducción el editor y traductor de la obra, Jordi Doce. "Más que un crítico -señala-, fue un poeta y un maestro de la sensibilidad", algo que se aprecia de sobra en este breviario que tiene una actualidad y un interés nada desdeñables.
 
Naturaleza, Arte, Arquitectura, Sociedad y Economía y Autorretrato con las partes que lo componen. En todas ellas encontramos hallazgos y no hay fragmento que no muestre la fuerza de su pensamiento. 

Esta tarde, después del trabajo, he dado buena cuenta de otro de los pequeños volúmenes de Cardinales: Máximas y malos pensamientos (Piensa mal y no erraras), del modernista barcelonés Santiago Rusiñol. Nada sabía uno de los aforismos del famoso pintor de jardines que ha tenido el acierto de traducir y editar Francisco Fuster, al que trajimos a este rincón hace poco con motivo de la publicación de Libros, buquinistas y bibliotecas. Crónicas de un transeúnte: Madrid-París (Fórcola). Su introducción es muy precisa y se abre con una oportuna cita de Azorín sobre el tiempo. De otro filósofo, Schopenhauer toma Fuster la teoría de la vida como comentario de texto: los primeros cuarenta años proporcionan el texto y los treinta que vienen detrás, el comentario. Por seguir a otro, Nietzsche, una fase dionisíaca o de acción y otra apolínea o reflexiva. En este "delicioso librito" hay "mucho de balance". En 1927, cuatro años antes de morir en Aranjuez, Rusiñol publica los doscientos aforismos que componen la obra.

Según Pla, "este libro de máximas morales resume, en realidad, cuarenta años de la vida de Rusiñol".
Para entonces, ya llevaba muchos años desengañado y enfermo. Según su hija María, su padre estuvo en los últimos años de su vida obsesionado por el temor a la muerte. Se sentía viejo y enfermo (en 1899 perdió un riñón a consecuencia de su antigua adicción a la morfina) y cada vez más triste, lo que nunca había sido.

Por eso son frecuentes las sentencias sobre la enfermedad y los médicos, pero también las hay sobre los políticos y la política, las ideas, los sentimientos, las mujeres (otra fijación) y, en fin, casi todo lo que tiene que ver con la vida de un hombre. De un hombre de su tiempo, sí, pero me da que de cualquier época, por más que algunas reflexiones (sobre las mujeres especialmente) puedan herir las sensibilidades de ahora.
 
En plena moda del aforismo, nos parece muy oportuna la recuperación de los que escribió, una suerte de autobiografía, Rusiñol. Se leen con una leve sonrisa en los labios, aunque no les falte crudeza.
 
Me esperan dos libros más de esta colección: uno de Chantal Maillard, con reflexiones sobre la poesía, y otro de mi amigo Orlando González Esteva acerca de su paisano José Martí. Ya les contaré. 
 

ÁLVARO VALVERDE