Pleno verano en Encuentro de lecturas




La mitad de mis amigos están muertos.

Te daré otros nuevos, dijo la tierra.
No, en vez de eso, devuélvemelos como eran,
con defectos y todo, grité.

Robar puedo esta noche sus palabras

al confuso rumor del oleaje
entre los juncos, pero no andar a solas

sobre las hojas del océano que la luna baña
por aquel blanco camino,
ni cernirme en el vuelo, propio de un sueño,

de los búhos ya libres del peso de la tierra.

Los amigos que guardas, oh tierra,
son más que aquellos que dejaste para amar.

Al pie del farallón brillan los juncos, verdes, plateados;

fueron lanzas seráficas de mi fe,
pero de eso que está perdido crece algo más fuerte

que irradia el resplandor racional de la piedra,

tenaz claro de luna, más allá de la desesperación,
resuelto como el viento, que entre divisores juncos

trae delante de nosotros a los que amamos, como eran,
con defectos y todo, no más nobles, pero aquí.

Ese magnífico Juncos de mar, de Derek Walcott, es uno de los poemas antológicos de Pleno verano, una amplia selección de su poesía que publica Vaso Roto en una cuidada edición bilingüe en tapa dura y con una espléndida traducción de José Luis Rivas.
 
Una selección de poemas que entre En una noche verde y El hijo pródigo reúne una muestra significativa de libros como El náufrago y otros poemas, Uvas de la playa, El reino del caimito, Dichoso el viajero, A mitad del verano o esa cima de la poesía contemporánea que es el poema épico Omeros, traducido memorablemente también por José Luis Rivas hace veinte años.
 
Solares y marítimos, estos textos recorren los temas característicos del universo poético de Derek Walcott, un poeta total dueño de un mundo literario que anula el tiempo y el espacio para reunir en sus páginas los días mediterráneos de Ulises con la luz caribeña de una playa antillana.
 
Un mundo poético ubicuo e intemporal, clásico y mestizo, y una poesía de la imagen y la mirada en que se funden la insularidad y el viaje, la mitología griega y el paisaje del Caribe, el presente y la nostalgia, la memoria del paraíso y el mar, entre una orilla y otra, bajo las nubes cambiantes y sobre las olas insistentes, bajo la luz del tiempo y sobre el mar de la historia en esta actualización del tópico elegíaco Ubi sunt: 

¿Dónde están sus monumentos, sus batallas, sus mártires?

¿Dónde su memoria tribal? Están, señores, 
en esa bóveda gris. La mar. La mar 
los puso bajo llave. La mar es la Historia.
 
Con la exuberancia formal que parece ser un rasgo estilístico común a los poetas caribeños, a su paisaje natural y a su mundo multicultural –ahí estuvieron  antes Saint John Perse en francés y Lezama Lima en castellano–, la potencia verbal y metafórica de Walcott construye una poesía de los sentidos y de la inteligencia en la que conversan las razas, las épocas y los espacios.
 
Una poesía que evoca naufragios memorables y derivas ancestrales de mitos eternos en un mar sin tiempo, en las aguas antillanas donde confluyen las herencias europeas, orientales o africanas con la presencia siempre renovada de lo americano como encrucijada de tradiciones y culturas, como en este magnífico Mapa del Nuevo Mundo:

Archipiélagos


Al final de esta frase, comenzará la lluvia.

Al filo de la lluvia, un velero.

Poco a poco el velero perderá de vista las islas;

se desvanecerá en la bruma
la fe en los puertos de una raza entera.

La guerra de diez años ha terminado.

La cabellera de Helena: una nube gris.
Troya: un foso blanco de ceniza
a orillas de la mar donde llovizna.

La llovizna se tensa como las cuerdas de un arpa.

Un hombre con la vista empañada presiente la lluvia
y tañe el primer verso de la Odisea.

Más de medio siglo de escritura potente y vital, marítima y terrestre, poblada de luminosas metáforas que hacen el milagro de aniquilar las edades y las fronteras para convertir lo fugaz en eterno y lo local en universal, en unos poemas en los que las olas de ahora crepitan en la cultura que viene de Ovidio, una camarera desprecia a Helena bajo la música disco mientras el poeta espera la cuenta sentado en la terraza y Aquiles cambia su arpón por un machete bajo la mirada de este Homero antillano que nació en Santa Lucía en 1930.
 
De la estirpe de Homero, al que consagró su libro más conocido, épico y lírico, hímnico y elegiaco, narrativo y elíptico, Walcott resume en sus versos de largo aliento una mirada mestiza unitaria sobre la vida y la muerte, sobre la naturaleza y el hombre, como en Un mapa de Europa:

La luz crea su propia calma. En su anillo

todo ES. Una quebrada taza de café,
una hogaza partida, un ánfora abollada,
llegan a ser ellos mismos, como en Chardin,
o en el brillo color cerveza de Vermeer,
y no objetos que nos muevan a compasión.

En esto no hay lacrimae rerum,

ni arte. Solo el don de ver las cosas
como son, demediadas por una oscuridad
de la que no pueden librarse.


Santos Domínguez