Mi séquito silencioso en El Muro de los libros



Al igual que el pintor Edward Hopper, creador de ese imaginario tan americano de la soledad urbana, en la poética de 
Charles Simic se suceden las barberías de barrio, los camposantos solitarios, las librerías de viejo y las tiendas de ropa usada. Ahora Vaso Roto Ediciones nos trae Mi séquito silencioso.
 
Si hubiese un alma gemela para Charles Simic, ésa no sería la de un compañero poeta, ni siquiera la de un prosista, sino más bien la de un pintor conocido por todos: Edward Hopper. Al igual que el artista neoyorquino, creador de ese imaginario tan americano de la soledad amueblada, de los hombres y mujeres abandonados a su pensamiento en mitad de fantasmales escenarios urbanos, en la poesía de Simic, altamente pictórica, se suceden las barberías de barrio, los camposantos solitarios, las librerías de viejo, las tiendas de ropa usada o las casas aparentemente abandonadas, “con las cortinas descorridas” y “un par de pantuflas frente a las escaleras”.
 
Simic, nacido en Belgrado en 1938, pero emigrado a Estados Unidos en 1954 –también cultural y lingüísticamente– es un poeta netamente americano, y su poesía no sólo entronca con la pintura de Hopper, sino también con el imaginario cinematográfico de Hollywood o con los escenarios urbanos de Dos Passos, Bellow o Joseph Roth, que han marcado con sus creaciones la estética de la gran ciudad, ese universo reconocible de altos rascacielos y pequeños negocios de barrio donde el hombre, desnaturalizado y desarraigado, se enfrenta sin asideros a su propio yo. Así que Charles Simic, de alguna forma, no sería sino otro poeta americano sino fuera por la insólita fuerza de sus imágenes y su capacidad asombrosa para detener el ritmo de la ciudad y capturar su verdadera esencia. Así lo hace, por ejemplo, en el poema La Alarma. 
 
“Cientos de ventanas se llenan de rostros
porque algo ha ocurrido en la calle, 
algo que nadie es capaz de explicar
porque no hay camiones de bomberos, nadie grita, nadie dispara, 
y sin embargo están aquí, todos congregados.
algunos tapan con las manos los ojos de sus hijos, 
otros se asoman y gritan
a quienes, muy por debajo en las calles, caminan
con la misma compostura y serena apariencia
de aquellos que pasean un domingo
de un siglo cualquiera, menos violento que el nuestro”.
 
Como con otros muchos poetas inéditos o casi inéditos en español, Vaso Roto Ediciones ha sido la encargada de acercarnos el universo poético de Simic. Primero lo hizo con sus memorias –Una mosca en la sopa, 2010–, y más tarde con el libro de poemas en prosa El mundo no se acaba (2013), con el que ganó el premio Pulitzer. El último volumen, recién llegado a las librerías, es Mi séquito silencioso, en ajustada e inspirada edición de Antonio Albors.
 
Lejos de reducciones, Mi séquito silencioso no sólo ahonda en esa poética urbana antes comentada; es, sobre todo, un libro verdaderamente asombroso cuando lo que se pone sobre el tapete es el sentido vital del hombre corriente, ése que puebla sus tristes escenarios, pero que también refleja al lector o al propio poeta. Como protagonistas de nuestras vidas, nos dice Simic, somos tipos bastante vulgares y todos nuestros esfuerzos están condenados al fracaso de la trivialidad (El héroe, siempre lleno de extravagante ilusión, / ¿perdiéndolo todo al final –sea lo que sea–?). 
 
Como hombres, estamos condenados a lo que el poeta llama la “negligencia benigna” del destino, que el poeta define de forma humorística e inteligentísima como un estar “colgado a medio camino entre la buena y la mala suerte”. Y nada, si siquiera Dios, ni siquiera el propio poeta, puede explicarnos nuestro papel en la vida:
 
A Dios, que se ha retirado
con sus heridas a un rincón, 
le digo: ahí fuera el mundo es un enigma
que ni siquiera tú puedes resolver”. 


PABLO SANTIAGO CHIQUERO