La dama de oro en El Mundo

El "pobre idiota" que destronó a Picasso: 100 años de la muerte de Klimt

Inspirada en la mitología griega, 'La lluvia dorada. Danae' es una de las obras más célebres de Klimt.

Creó un universo de deseo y provocación, intuyó la decadencia del Imperio Austrohúngaro, escandalizó a los nazis... Y se convirtió en 2006 en el artista más caro del mundo

Si nuestro mundo desapareciera mañana, el arte del siglo XX podría recomponerse en espíritu gracias a los cuadros de Gustav Klimt, del mismo modo que un pedazo de escultura puede decirlo todo sobre una civilización extinguida. Las obras de Klimt tienen también el poder de sintetizar (y refutar) una tradición cultural de siglos, la de un arte vienés que en el cambio de centuria comienza a perder su centralidad al tiempo que el propio Imperio Austrohúngaro decae progresivamente como potencia internacional.

«Klimt es el arte vienés», escribía Margarita Nelken al poco de morir el pintor el 6 de febrero de 1918, hace ahora 100 años. No sólo eso, sino que acierta además a entrever el cataclismo de un continente que en pocas décadas iba a dilapidar toda una herencia de progreso y libertad en un aquelarre de guerras y totalitarismo. Zweig añoraba ese mundo de ayer perdido sin remedio y sucedido por otro de contradicciones y congojas que expresarían la música de Mahler (y, poco después, de Schöenberg), el pensamiento de Wittgenstein y las teorías psicoanalíticas de Freud.

En la frontera entre el siglo XIX y el XX, Mahler remataba su Cuarta sinfonía, un remanso de paz entre composiciones más dramáticas, y Freud publicaba La interpretación de los sueños, donde se inaugura un nuevo modo de entender la mente humana. Klimt concluye por entonces las tres pinturas que le han encargado para decorar el techo del Aula Magna de la Universidad de Viena. Sus Filosofía, Medicina y Jurisprudencia, rápidamente tildadas de pornográficas, sorprenden a todo el mundo con un lenguaje plástico abiertamente sexual y provocativo.

Políticos, personalidades artísticas y fariseos de toda condición se rasgan las vestiduras, por lo que la universidad decide no colocar las obras de Klimt, que acabarán siendo destruidas por los nazis durante su retirada de la capital austriaca en mayo de 1945.

Antes del escándalo, Klimt es el pintor más influyente de Viena. En 1897 ha cofundado el movimiento conocido como la Sezession, que anticipa la aparición de las vanguardias y cuenta con el respaldo de un Estado que ve con buenos ojos el cosmopolitismo de artistas como Olbrich, Otto Wagner y él mismo, en cuyo programa figura una síntesis cultural afín al universalismo que decía defender el Imperio. Lo que éste no alcanzó a predecir es que una corriente que denigraba las pomposas formas académicas vigentes apuntaba de manera indefectible a la rebelión generacional, la irreverencia y la indagación psicológica sin freno, con acentos claros sobre la sexualidad.

En Klimt, sin embargo, convivían dos almas en contraste, la del artista provocador y la del hijo atento a las habilidades de un padre orfebre y grabador. Esta última circunstancia explica la delicadeza dorada y luminosa de sus creaciones, que muy pronto le permiten destacar como decorador de teatros y complejos termales, para los que idea escenas alegóricas de agradable efecto ornamental. En años posteriores realizará obras muy innovadoras como las malhadadas de la Universidad de Viena, el Friso Beethoven para la muestra de la Secesión de 1902 y el extraordinario friso del palacio de Stoclet de Bruselas, convertido en compendio del art nouveau centroeuropeo.

Este último trabajo, pintado al temple, muestra uno de los rasgos clave del arte de Klimt: el contraste entre las franjas decorativas, abstractas, y el marcado realismo de las figuras, muchas veces de evidente contenido simbólico. A la derecha del friso, cuyo tema central es el árbol de la vida, se aprecia el abrazo de un hombre y una mujer que recuerda mucho al de su cuadro más célebre, El beso, creado por la misma época.

En la evolución del artista resultaron capitales los bien escogidos viajes que emprendió por media Europa. Uno de ellos lo llevó a Rávena, donde se familiarizó con la técnica y los resultados cromáticos del mosaico, que luego reprodujo en sus pinturas.

La fascinación que ejerce El beso se debe no sólo a la intensidad del abandono amoroso de la pareja protagonista, sino también a la atmósfera irrepetible que los rodea, con su textura ornamental de teselas de oro que remiten de forma directa a los mosaicos bizantinos.

Klimt no escandalizaba únicamente con desnudos y posturas provocativas. Hasta el uso que hacía del pan de oro, no para ponerlo al servicio de una obra de carácter religioso -como era tradicional desde el arte medieval- sino para celebrar los placeres terrenales, le valió la acusación de blasfemo por parte de los ortodoxos que abundan en toda época y lugar.

En lo personal, el pintor era y se tenía por alguien «poco interesante» cuyos hábitos eran de todo menos escandalosos. Vivió siempre en el mismo piso con su madre y dos de sus hermanas, incluso estando con su compañera inseparable, Emilie Flöge, con quien nunca quiso casarse. En lo artístico, admitía su admiración tanto por Durero y los artistas medievales como por la exótica escuela Rinpa japonesa; es innegable en él la influencia de los dibujos eróticos de Ingres y Rodin, y el valor de la línea en su obra le desliza a partir de 1910 hacia el expresionismo, en una aventura en la que le acompañarán sus paisanos Kokoschka y Schiele.

Otro cambio de siglo, el del XX al XXI, vio la explosión de las piezas de Klimt en las subastas de arte. Un paisaje del lago Attersee, adonde acudía cada año de vacaciones con Emilie, se vendió en 2003 por 29 millones de dólares. Esa cifra la superó holgadamente tres años más tarde el primero de sus dos retratos de Adele Bloch-Bauer, adquirido por 135 millones por la Neue Galerie de Nueva York, donde se exhibe desde entonces.

Refinamiento, un «lejano orientalismo» que citaba Nelken en su necrológica de hace un siglo, estética inconfundible, cierto aroma decadente... Todo eso se ha mencionado como responsable de la popularidad actual de Klimt, a la que no ha sido ajeno el cine. John Malkovich protagonizó un biopic del artista en 2006 y Helen Mirren encarnó en La dama de oro a Maria Altmann, sobrina y heredera de Adele Bloch-Bauer que consiguió que se le restituyera uno de los retratos de su tía y otras obras de Klimt tras un largo pleito con el Gobierno austriaco.

Curiosidades de la vida: Klimt fue a la misma escuela de Viena que rechazó a Hitler; Maria Altmann estuvo representada en el juicio por un nieto de Arnold Schöenberg, y el cuadro de Bloch-Bauer fue robado y rebautizado por los nazis como La dama de oro para ocultar el nombre inequívocamente judío de la retratada.