La cuarta persona del plural en Babelia




El mapa de la poesía española que tomó el relevo de la leva de la Transición (los nacidos en los años cincuenta) es una realidad consolidada. Tres trabajos han aparecido recientemente para confirmarlo. Dos antologías, La cuarta persona del plural, de Vicente Luis Mora, y Fugitivos, de Jesús Aguado, y un monográfico de la revista poética Años Diez titulado ‘El lugar del poeta’ coordinado por Juan Carlos Reche. El arco biológico por fecha de nacimiento es, en las dos antologías, el comprendido entre 1960 y 1980 (con una excepción en la de Aguado: Elena Medel, nacida en 1985), y en el monográfico se inicia en 1965 para concluir en 1987, aunque se prolonga de modo excepcional hasta 1994, con Ismael Ramos. Los tres trabajos vienen a certificar el fin de una hegemonía, afirman la diversidad y ponen la calidad (y el gusto del antólogo) en primer plano.
 
Vicente Luis Mora aborda en el prólogo a La cuarta persona del plural una extensa indagación en la evolución más reciente de nuestra lírica en busca de la excelencia, de la quiebra de las convenciones y de la atención a fórmulas innovadoras que, ante todo, expresen opciones alejadas de lo que llama “poesía de la normalidad”, vinculada a la formulación realista. Las fallas de la crítica académica, el precario abordaje de la poesía en la enseñanza secundaria, el ahondamiento en la denominación poesía fuerte de Harold Bloom son vectores que guían su búsqueda de la “complejidad excelente” entre los poetas que accedieron a la mayoría de edad en 1978, con la Constitución, y quienes lo hicieron en el cambio de siglo. La ruptura del lenguaje, la reinvención de la experiencia y de la tradición o lo que Eduardo García calificara como “poética del límite” son algunas claves de esa búsqueda. Estaríamos así ante un canon de la heterodoxia al que no son ajenas las elaboraciones sobre la creación de Barthes o Derrida. Un empeño encomiable, pero que bordea la desmesura por el desajuste entre una teoría de la excelencia (“una voz singular, propia, diferente, compleja y excesiva”) y la práctica de una nómina sin sorpresas y con nombres que ya gozan de reconocimiento crítico desde hace al menos un lustro. En gran medida, el prólogo de Mora se proyecta en Fugitivos, selección que Jesús Aguado aborda con una intencionalidad distinta: “No hay teorías detrás de este libro. No hay presupuestos académicos de ninguna clase”, escribe, para después subrayar su carácter de “propuesta personal” (como casi todas las antologías). Sin embargo, el resultado de su prospección es, en parte, coincidente con el de La cuarta persona. Así, nos encontramos, sumando ambas, con una nómina de 34 poetas de estéticas y filiaciones diversas, nueve de ellos compartidos, que van del minimalismo reflexivo y emocional de Cilleruelo al poema-mosaico de Fernández Mallo, pasando por el pulso entre irracionalista y cotidiano de Moga, por el hermetismo social de Méndez-Rubio, el esencialismo de Ada Salas, la quiebra de la lógica discursiva de Julieta Valero o la narratividad irónica de Pablo García Casado.
 
El lugar del poeta, sin embargo, tiene algo de prolongación en el tiempo y en las preocupaciones estéticas de las dos antologías. Se trata de una panorámica en la que se alternan textos teóricos, derivas reflexivas sobre el oficio del poeta y sobre la evolución última de la poesía más joven, y breves muestras de obra. Sólo María do Cebreiro, Mariano Peyrou, Álvaro García y Juan Andrés García Román aparecen en alguna de las selecciones anteriores. Si en aquéllas la “ceremonia de la diversidad” está representada por poetas ya probados, en El lugar del poeta la propuesta es más abierta y arriesgada (David Leo, Alberto Carpio, Ismael Ramos) y no ceñida al poema. Hay trabajos de gran calado como el texto (‘El cometido del poeta’) de Juan Carlos Reche que lo abre, la apuesta por lo imaginativo de Pere Ballart o la reflexión sobre mensaje y poema de Carlos Pardo; hay poéticas en prosa y poéticas en verso, y hay, sobre todo, una permanente meditación sobre el espacio que el poeta (el poema) ocupa en el siglo XXI: de la experiencia de lo cotidiano a la experiencia de la escritura.
 
Advertimos en las tres entregas ausencias notables: Alberto Tesán, José Luis Piquero, Ana Pérez Cañamares, Ben Clark, Raquel Lanseros… Pero es el riesgo de toda selección. Aunque la ausencia más significativa tenga un carácter tendencial: el realismo más despojado y directo, sin bordes, sólo aparece tangencialmente (más en el monográfico). Quizá sea la contrapartida a un lago tiempo de dominio. El siglo XXI se abrió con el paradigma de la diversidad. Y se mantiene y ahonda 15 años después.
 
 
MANUEL RICO