La ciudad consciente en El mundo crítico
Jordi Doce: el crítico como seductor
Hemos leído tantas veces el poema “The Waste Land” (1922) que hemos asimilado sus ríos contaminados, sus fábricas de gas, sus paisajes áridos destruidos por preguntas sin respuesta. A fuerza de repetirlas, hemos asimilado sus terribles advertencias: todo se degrada, degenera, desaparece. Conviene, sin embargo, recordar lo radical que fue y sigue siendo su autor, el crítico y poeta T. S. Eliot (San Luis, Misuri, 1888 – Londres, 1965): su radical uso de la secuencia no lineal, de los cortes repentinos en la narración, que preceden a la invención del montaje en el cine de Eisenstein; su intento de encontrar una manera de hacer en poesía lo que Picasso y Braque habían conseguido con el cubismo en pintura; una nueva forma de ver, en definitiva, de abandonar el falso refugio de las certezas.
“Conocemos así la naturaleza insaciable de nuestro deseo: no puede cumplirse. Somos criaturas fallidas a la búsqueda de una plenitud que nos evita” (“Eliot o la búsqueda del equilibrio”), leemos en el libro de ensayos La ciudad consciente (Vaso Roto, 2010), una introducción a la obra de Eliot (y W. H. Auden), además de una invitación a descubrir los múltiples significados de una obra tan angustiosa como atractiva. De carácter misceláneo, esta colección nos permite conocer la carrera y los logros de una generación indispensable para entender la poesía contemporánea, no sólo inglesa, sino universal. Más que una colección de veredictos, La ciudad es una recomendación que nos permite llegar a conocer y apreciar a estos dos autores.
Con espíritu apropiadamente sutil, emplea el poeta y crítico Jordi Doce (Gijón, 1967) todo su poder de seducción en una escritura astutamente coloquial y un lenguaje desprovisto (aparentemente) de pesado equipaje teórico o innecesaria erudición (“La falta de centro que Eliot describe en su poesía es un reflejo de la falta de centro que vislumbra en sí mismo”, afirma en “Paradoja de T. S. Eliot”). Por el contrario, una de las características más distintivas de la prosa crítica del poeta de Otras lunas (Premio de Poesía Ciudad de Burgos, 2002) es la forma en que contiene pasajes enteros que no son, estrictamente hablando, análisis o apreciación, sino una especie de sustitución narrativa, una paráfrasis prolongada de lo que el autor objeto de estudio está diciendo. A diferencia de la glosa, sin embargo, se logra no sólo resumir el significado literal, sino expresar el impacto en el lector que la obra original es susceptible de tener.
Reivindica el gijonés, por otra parte, la ruptura en pedazos de la cultura que supuso la poesía de W. H. Auden (York, 1907 – Viena, 1973), hecha con retazos de la tradición occidental, ecos de Shakespeare y Ovidio, así como de la literatura menos aceptada convencionalmente: “Auden hizo de la ciudad moderna – sus ritmos y sus jergas, sus formas de entender las relaciones personales y laborales – uno de los vectores – aunque no el único – de su poesía” (“Los señores del límite”). Recuerda el autor de No estábamos allí (2016) al vate de “The Age of Anxiety” (1946), sus crisis espirituales, su vuelta al cristianismo, pasando por la agonía del comunismo, compañero de Eliot en el camino de Emaús de la fama. Auden expresa como pocos la paz del agotamiento en lugar de la aceptación. En sus poemas “la vida es el tiempo que se nos concede para ser, para realizar nuestro ser (…) No hacerlo significa, en última instancia, no ser dignos de nuestra humanidad”.
Una escritura altamente performativa explica la estructura del sistema de estos dos poetas ingleses y nos aclara algunas de sus referencias más oscuras. El crítico no intenta imitar al autor que trata. No lo evalúa. Evita juicios para sostener una conversación apasionante con el lector: “¿Cuál es, por lo tanto, el lugar, la actitud del poeta o del artista en este ambiente higienizado (…) en este paisaje social convertido en una mezcla de guardería, centro comercial y clínica de primeros auxilios?” (“El poeta en la ciudad”). Diríase una forma de contacto más que de sentencia. Parte de la destreza de su exégesis se encuentra en el uso de los recursos del registro coloquial: decir lo justo, para dejarnos completar y digerir la idea. Su estilo conciso evita el dogmatismo implícito en sus intentos de convertir las observaciones en teoría.