Entrevista Jeannette Lozano en Razones editoriales




Más que un proyecto, una sensibilidad editorial


¿Una editorial preponderantemente centrada en la edición de poesía? Sí, es posible...

Vaso roto (www.vasoroto.com) es un claro ejemplo. Una exploración de su catálogo y de cada uno de sus libros y colecciones permite confirmar no sólo que editar poesía es posible y necesario, sino también de lo que puede alcanzarse cuando la estética, la calidad y el cuidado de las ediciones se hallan en el centro de un proyecto que da cuenta, más bien, de una verdadera sensibilidad editorial.

Razones editoriales entrevistó en forma exclusiva a Jeannette Lozano, fundadora y alma mater de esta iniciativa que tiene expresión a ambos lados del Atlántico norte.




Razones editoriales: ¿Cuál es tu formación y, brevemente, cuáles las principales líneas de tu biografía en relación con el mundo del libro?


Jeannette Lozano: Soy filósofa con un máster en Metodología de la ciencia y otro en Letras españolas. Descendiente de exiliados, desde niña advertí que vivían buscando saber algo sobre el país que habían dejado atrás; pedían a sus primos de otros países que les mandasen periódicos, revistas, libros... y, de esa forma, estar al tanto de lo relevante. Crecí utilizando los mismos esquemas defensivos de sobrevivencia que usaron mis abuelos y en cierta medida lo que de ellos heredaron mis padres o, tal vez, los que no usaron y que, para mí, hubiesen sido el “remedio” para aliviar su dolor.


R.E.: ¿Cómo se inscribe la iniciativa de Vaso Roto en esa trayectoria de vida y cómo surge?

J.L.: En casa de mis abuelos se hablaban tres lenguas, eso pasa siempre en casa de los exiliados. Lo último que dejan es la lengua, es parte de su pensamiento. Por eso, siempre están traduciendo. Yo quise que mi mamá fuera traductora, pero ella no lo quiso.Traducimos nuestro mundo cada día de nuestra vida, y ponemos en la traducción nuestro deseo, nuestra verdad, nuestra experiencia de vida. Yo sabía que acabaría fundando la editorial cuando me percaté de que México D. F. nace como nación a partir de una mala traducción de la realidad. El encuentro entre dos culturas, toma años, a veces siglos para alcanzar el arribo a una sana comprensión. Fue en D.F., cenando con un grupo de escritores, que leí en el muro de un hotel del Centro Histórico un fragmento del Empédocles de Hölderlin: “A veces la divina naturaleza se muestra / divina a través de los hombres, así / la reconocen los mortales. / Mas el mortal , ya fatigado/ con sus deleites la anuncia:/ ¡Oh, dejad que ella luego quiebre el vaso,/ para que no sirva en otro uso / y lo divino se convierta en cosa humana.” Allí supe cuál sería el nombre de la editorial.


R. E.: ¿Por qué México y España?

J.L.: Ambos son países, junto a la Argentina, de una gran tradición editorial en donde el libro surge a la par que la cultura. México tiene un gran pensamiento anterior a la Conquista porque tiene grandes “tlacuilos” o escribanos. Gran parte de los códices se perdió en la hoguera, pero no se perdió el arte de narrar, mirar, contemplar, memorizar ese arte que llamaban “la cuenta de los días”. Paz, Revueltas o Rulfo no serían lo que son, ni Reyes ni Fuentes sin el profundo conocimiento que todos ellos tuvieron de nuestros libros antiguos. Somos traductores de nuestro pasado. Y España hizo lo mismo con lo suyo, mira como se sigue traduciendo y estudiando a Ibn Arabi, por ejemplo. Como traductora llegué a pensar que la poesía cambiaría la vida de los otros, como había cambiado la mía. Por fortuna, en un viaje a Barcelona, al hablar con el artista chileno, Víctor Ramírez, caí en cuenta de que el acto poético es uno e individual, con un tiempo personalísimo que toca el alma del lector en una suerte de armonía disonante. Esa di-sonancia no es átona, sino un fragmento de lo pautado que penetra en el hueco: las voces se unen en un coito espiritual.


R. E.: ¿Cómo son ambos mercados en relación con el consumo de libros de poesía?

J.L.: Muy distintos, en el terreno comercial, España tiene una buena distribución, hay leyes del libro que se respetan, por ejemplo no dar más del 5 % aunque se trate de ferias. México tiene grandes poetas, grandes traductores, y muy buenos lectores, y una pésima distribución. Lo que nos une en América Latina es la lengua, y en la lengua está el origen de los afectos. Todos compartimos una falta, una necesidad que nos pone en movimiento. Existe un elemento común en toda América Latina y España: regalamos los libros. ¿Imaginas a un pintor o un escultor regalando su obra? No hemos aprendido a dar al libro el valor que tiene. Un poeta puede tardar seis o siete años en escribir un poemario y... sale y lo regala. Es un tema antiguo. Petrarca dejó una obra inmensa, tanto que influyó en Garcilaso y en Shakespeare. Pero sus libros no se encuentran colgados de los muros de los grandes museos. No son objetos de comercio, como es la pintura; no importa tanto lo que dijo o lo que escribieron Dante, ni Homero, salvo honrosas excepciones. Creo que en Oriente, desde la Dinastía Thang, el poeta tenía un lugar en la sociedad, su verdad contaba. Y el libro era un objeto artístico, mira sus caracteres! Nos ha faltado escuchar un poco más lo que Oriente tiene
que enseñarnos.


R.E.: ¿Cómo definirías la identidad de tu editorial?

J.L.: Prefiero entenderla como “vocación”. Hay voces que nos son necesarias para tolerar vivir en la incertidumbre. Nuestra visión se centra en las voces que hacen más vivible la adversidad. Es una casa que se centra o busca dar a ver voces de otras lenguas. Voces que en general han surgido del dolor y que, por lo mismo, tienen algo que enseñarnos. Los lectores requieren de esas voces, de otras raíces, mitos, latitudes, otras intensidades de la luz. Más del 80 % de nuestro fondo se compone de traducciones. Tenemos poetas traducidos del griego, ruso, hebreo, árabe, polaco, serbio, rumano, ruso, inglés, neerlandés, esloveno, italiano, francés, portugués, de Lisboa y de Brasil, de dialectos como el véneto. Me gustaría tener algo en lenguas indígenas.


R.E.: ¿Cuáles son las principales especificidades que los libros de poesía tienen desde el punto de vista del trabajo del editor con ellos?

J.L.: Los libros de poesía requieren de un trabajo especial porque, a diferencia de la prosa, el sentido poético en una traducción debe de ser muy cuidado. No se traduce una palabra, sino una tradición. Charles Wright, por ejemplo, se ha nutrido mucho de Li-Po, y cuando habla del río ya sabemos que alude a un verso suyo. También es traductor de Montale, así que hay que tener cuidado de saber por dónde nos lleva cuando muestra ciertas imágenes, o cuando alude a Safo o Catulo. Me pasó con él que utilizó un epígrafe firmado por San Juan de la Cruz. Recuerdo que eran las Navidades del 2004, y a mí me habían pedido tres poemas para la sección de poesía que en ese entonces tenía "Babelia" de El País. Wright no estaba en Charlottesville, Virginia, en donde tiene su casa, no lo podía consultar, y la cita no me aparecía en ninguna de las versiones que tenía a mano de Juan de Yepes. Trabajé exhaustivamente cinco poemas para que la sección de cultura tomara los que mejor les parecieran. Ahora que veo el libro, que tiene por título Una breve historia de la sombra, y que en su momento publicara DVD, me doy cuenta de que esos poemas son los mejores del libro, porque son los que trabajé durante más tiempo, y porque un libro de traducciones de poesía no descansa. Si sales, te llevas la copia impresa en original y tu versión, le cambias una palabra si durante el día tuviste un instante de revelación y te llega el vocablo exacto, o si vas al cine y ves en los subtítulos lo que más se acerca a lo que estabas buscando. Un libro de traducción no se puede dejar guardado, te despierta a la hora que quiere y en donde sea que estés.


R.E.: El cuidado de las ediciones es un rasgo notable en los libros de Vaso Roto, ¿cuál es el lugar que le asignas a la estética en el trabajo editorial?

J.L.: Si el libro cura la herida más honda de una sociedad, no puede ser usado sólo como un producto a comercializar. Desde que recibimos el manuscrito estamos pensando en cómo va a ser la cubierta, quién lo va a reseñar, a quién se lo debemos enviar, cómo se va a poner a circular en el mercado. Es ético mostrar lo que un autor o autora nos han encomendado. Tenemos muchas limitaciones, pero un gran deseo de trabajar bien. El cuidado es una forma de respeto para con nuestro lector. La estética debe estar en cada página: que al abrir uno de nuestros libros sientas que la armonía ha penetrado en el dolor de la llaga y que, al abrirlo, una parte se ha sanado.


R.E.: ¿Qué criterios pones en juego a la hora de editar libros de otros géneros que no son la poesía, tal como ocurre en las colecciones “Fisuras” o “Cardinales”, por ejemplo?

J.L.: Todo el fondo Vaso Roto es una familia de parientes que se llevan bien. Algunos tenían años de no verse; otros vienen de tierras lejanas, pero en cualquier caso, siempre se sienten contentos de encontrarse. Les gusta dialogar sobre temas que aman de su vida. Si sacamos poesía de un autor, caso de Andrea Zanzotto, sacamos también su prosa. Lo mismo hicimos con los tres poemarios de Lêdo Ivo, y sus dos novelas; con los ensayos de Simic, de quien tenemos tres libros de poesía; ya viene toda la poesía de la Bishop, toda su prosa, la correspondencia Bishop-Lowell, y luego todo Lowell. Es una forma de ir formando lectores. Puentes que te facilitan atravesar el río.


R.E: ¿Cuál es tu posición respecto de las llamadas “editoriales independientes” y cómo entrevés el futuro de la edición?

J.L.: Las editoriales independientes son las únicas con un futuro ético. Nadie puede alimentar ni alimentarse de 50 pollos a la vez. No tengo miedo de los grandes consorcios, no son nuestra competencia. Una editorial pequeña puede estar mucho más al pendiente de lo que pasa en casa; con el autor, con el traductor, con la pegatina, el marca páginas, el precio, la imprenta... y puede mandarle una botella de vino al comercial en las Navidades como una manifestación de gratitud por su enorme esfuerzo.


R.E.: ¿Qué es para vos un editor? ¿Y la edición?

J.L.: El editor es una sed que se sacia con más sed. La edición, el desierto. Los dos son fruto de un hambre de dar a ver lo que ha cambiado tu vida. Siempre hay un deseo de transformación en el acto de editar, transformarte tú, respetar otras miradas, entender otras cosmogonías, ampliarte en el lenguaje, rescatar palabras en desuso, y recoger las que están por venir aún en forma de neologismos. Así como los miembros de las Academias se reúnen para ver si aceptan o no un nuevo vocablo, así los editores nos angustiamos al hablar con entusiasmo de algo que va a salir, o con dolor porque un autor sintió que no dimos lo que él esperaba de nosotros. Son pequeños actos diarios que te enseñan lo frágiles que somos, y que sin humildad nadie puede navegar hacia la orilla. Pues en la orilla hay un enorme vacío, y desde ese vacío se empieza a nombrar la falta.