Decreación en Koult




Hay acontecimientos en nuestras vidas que la marcan y hacen, de cierta forma, que ésta se apresure, y nos lleve, a veces, sin necesidad de maletas o acompañantes, a algún fin o paraje del que posiblemente no éramos conscientes de su existencia. Este fin, en el caso de Anne Carson, es el poema. Y los diversos y múltiples acontecimientos, para la gran poeta canadiense, pueden nacer de un fotograma de Michelangelo Antonioni en un manicomio, de los textos de Virginia Woolf y los poemas de Elisabeth Bishop, de la figura sentada con ángulo rojo de Betty Goodwin, de la misma insistencia de Artaud, de las palabras que no dijo Kant ni tampoco Homero, de tres grandes mujeres como son Simone Weil, Safo y Marguerite Poerete, e incluso, de las rutinarias y tristes visitas a su madre enferma.

Navegamos madre en un océano sin barcos. / Piedad por nosotros, piedad por el océano, navegamos”. Así termina uno de los poemas que ocupan las primeras páginas de Decreación, poemas que hablan a la madre y al dolor, a la visita a su cuarto lleno de enfermedad y anhelo por los días que no volverán. Estas palabras pidiendo piedad, son también palabras de aviso, un mensaje de la poeta capitán y directora de orquesta, a nosotros, los lectores, de los diferentes mares y sueños por los que surcaremos, conforme vayamos, dejándonos siempre, apresurar por las páginas del libro.


Pero, ¿qué significa decreación?

En palabras de Simone Weil, Anne Carson toma el término, para afirmar que el ser sólo puede crearse a partir de una necesaria e inmediata decreación, una disolución, una disgregación, una acción para deshacerse y llegar a desaparecer por completo. Porque las voces de la poeta canadiense no pueden explicarse de mejor forma que tomando las palabras de Wallace Stevens, como escribe en el prólogo, la traductora Jeannette L. Clariond: “El todo no puede existir / sin las partes”. Y es que la poesía, a fin de cuentas, no puede existir sin los actos que en el fondo, la hacen posible. Porque no hay mejor manera para sanar que reducirnos a cada átomo que nos contiene, para poder, finalmente, rehacernos. Y para ello Carson usa su mejor arma, su lengua madre, el griego. Con ironía y con firmeza, Anne Carson usa este término que toma de Wiel como la aguja constante y fuerte que enhebra una a una todas las partes de este libro infinito, de este libro que es un sueño del que no querremos despertar.

Los doctores suspiran en las heridas y el flujo sanguíneo cambia para siempre”, escribe Anne Carson, y algo parecido ocurre en el lector cuando ella escribe y gesta el acto de decrearse. Porque todo requiere atención, todo puede ser objeto y centro de mira para el poema. Porque todo, absolutamente todo, puede desparramarse, deshilacharse, y deshacerse, y como el flujo sanguíneo de los poemas y heridas de Anne Carson, cambiar y cambiarnos a nosotros, para siempre.


MARÍA MERCROMINA (MARÍA SÁNCHEZ)