Animal que escribe en el periódico de Miami: El nuevo Herald


 

“Es una pena que ninguno de los monumentos que se le han erigido a Martí lo muestre sobre una mula, abrazado a ella, con la mejilla apoyada sobre la piel sudorosa y la calva, incipiente entonces, cubierta por sus crines…”. Este es tan solo uno de los hallazgos verbales y del imaginario que se desprenden de la lectura de Animal que escribe. El arca de José Martí, un libro breve, parsimonioso, sobre todo sutil, que Orlando González Esteva acaba de publicar en una cuidada edición de la casa española Vaso Roto.


Se lleva en el bolsillo este libro de un verde agasajado, como mismo el poeta llevaba a su Cicerón en la alforja de su caballo. Y al transportarlo y luego acunarlo, caemos en la cuenta de que, como lectores medievales, acabamos de recorrer las poco más de cien páginas de un bestiarium, curioso y definitivo como todo bestiarium que se respete.


Lector empedernido de la obra toda de José Martí, incómodo ante los tantos usos de los que su figura ha sido víctima, ante “la calamidad, la indiferencia de varias generaciones de lectores”, ensayista fino, intuitivo, de una raza que no abunda, González Esteva huye del recurso que la teorización ofrece para detenerse, por ejemplo, en el modo en que las llamas de las velas votivas de un templo conversan entre sí, “se arriman las unas a las otras para susurrarse cosas”, pero sobre todo para conducir nuestra mirada por sobre el álbum de los animales que pueblan el imaginario de José Martí.


Adscrito a esa escuela del ensayo literario que tiene en el Gaston Bachelard de La llama de una vela y en el Jorge Mañach de Visitas españolas a dos hermanos mayores, Animal que escribe no es más que el catálogo de animales que en su momento generó, en sus poemas, en sus crónicas, en sus cartas, incluso en sus textos de hombre político, aquel ser inaudito.


Será, además, una especie de tira fílmica que observamos a trasluz, por las que pasan una profusión de caballos, varios toros “en medio de la arena despiadada”, un mariposario confundido con una lluvia de sangre, el gemido de una mosca herida, escuchado gracias al uso de un micrófono; la abeja que picó a María Mantilla cuando, con siete años, paseaba con su padre bajo los árboles de Bath Beach, o esa “mula patriótica” a la que se refirió de diversas maneras para encapsular la tensión que, ante la ingratitud, solía emanar de su bregar político.
Como en el libro citado de Bachelard, González Esteva escapa de “la sobrecarga de ningún saber”; no le hace falta, no necesita de tesis ni de sentencias conclusivas; su afán pasa por la brevedad, por esa sensación de haiku que cierto ensayo, siempre exquisito, termina proponiendo.


Como en el caso de Mañach, este libro recoge las impresiones de un lector, de un viajero “moroso y amoroso”, y no puede esconder que es producto de una muy lenta digestión, del poco moderno acto de rumiar cierto tipo de lecturas, ciertos temas, cierto autor, como mismo los judíos jaredíes leen y releen la Torá continuamente en busca del sentido que escapa de la simple combinación de dos palabras.


Solo un lector “a la antigua” como González Esteva puede armar una colección de retratos certeros como esta
, como igualmente hiciera hace dos años con los ensayos cultos e inusuales de su libro Los ojos de Adán. Esto explica su recreación del José Martí de zapatos destartalados, “animal hostigado” en Nueva York, que juega con dos arañas y un paraguas, las reta, analiza sus comportamientos, y que al acto las lleva a su cuaderno de apuntes, convirtiendo en escritura lo que para todos no es más que un acto muy nimio, en 1894, justo un año antes de regresar a Cuba para morir.


“Nadie vio tanto animal dentro y fuera de sí mismo y del prójimo como Martí”, sentencia Orlando González Esteva, y esta es su única teoría, su apotegma.
 Algún bibliotecario pertinaz de nuestros días debería colocar Animal que escribe. El arca de José Martí, de Orlando González Esteva, al lado de Las pequeñas cosas, de Antón Arrufat y de El abrigo de aire, de Antonio José Ponte, junto a otros muy, pero muy pocos libros exquisitos dentro de la ensayística cubana. 
Léase, pues, este libro escueto con Lecuona al fondo; es el tipo de libro que merece un background particular.


GERARDO FERNÁNDEZ FE