Zócalo en el blog de Carlos Alcorta




Ali Ahmad Said Esbe —Adonis desde que, a los catorce años, descubrió el mito griego y adoptó su nombre— nació en una aldea de la región litoral de Lataquía, la antigua Laodicea grecorromana, en el norte de Siria, Qassabin, en 1930 y es uno de los mayores poetas vivos en lengua árabe. Cursó estudios en la Facultad de Letras de Damasco, pero su implicación política en los movimientos por la independencia de su país acabó por obligarlo a refugiarse en Beirut, donde adopta la nacionalidad libanesa y, posteriormente, en París, ciudad en la que reside desde 1985. Su intento de conciliar tradición y modernidad en su poesía no siempre ha sido bien entendido. El llamado integrismo árabe ha anatemizado esos dicha postura y la ha calificado como ataques religiosos, producto de un hereje, de un infiel.«Figura central de la modernidad de las letras árabes, escribe Ernesto Lumbreras en el prólogo, su labor poética, editorial y crítica ha dado lugar, desde la década de los cincuenta en Beirut, a una serie de revisiones de tópicos de su tradición cultural y literaria, algunos de ellos considerados intocables e inamovibles para ciertas élites del Islam». Sin embargo, estas penosas circunstancias vitales fruto de su disidencia ideológica, no han apaciguado las inquietudes de Adonis por traspasar las fronteras culturales que amputan el corpus universal de la poesía. Desde que fundara en 1956 la revista vanguardista «Shir», no ha cesado de trabajar en pos de esa conciliación a la que hacíamos mención más arriba. Fruto de ese trabajo han sido las antologías Introducción a la poesía árabe o Poesía y poéticas árabes, además de la escritura de su propia obra, entre cuyos libros destacamos Primeros poemas (1957), Hojas en el viento (1958), Canciones de Mihyar el de Damasco (1961), Libro de las huidas y las mudanzas por el clima del día y de la noche (1965), Epitafio para Nueva York (1971), El tiempo de la poesía (1972), Singulares (1975), Homenajes (1988), Las resonancias, los orígenes (1989), La palabra de los orígenes (1989), El tiempo, las ciudades (1990), Crónica de las ramas (1991) o los tres tomos de El Libro (1995-2002). El año 2012, Vaso Roto publicó su libro Sombra para el deseo del sol, que reúne, traducidos por Clara Janés, poemas de plaquettes, o de libros colectivos realizados con diferentes motivos pero que adquieren una unidad temática y espacial. Su obra está traducida a numerosos idiomas, además del español, como el francés, el inglés o el sueco y la influencia que ejerce en la lírica de Oriente Próximo, así como en la franja mediterránea de África es cada vez más notoria. Son numerosos los galardones que ha recibido por su obra, entre los que significamos los premios Nâzim Hikmet (1994), Struga(1999), Alain Bosquet (2000), Giovanni Pascoli 2008 o el Goethe (2011).

El libro que ahora comentamos, Zócalo, traducido por la también poeta Clara Janés, tiene su origen en un viaje que Adonis realiza a México en el 2012 (en 2004 había visitado Tampico), viaje en el que salen a la superficie, junto a las nuevas impresiones, recuerdos de su primera visita. La confluencia de emociones y de experiencias cotidianas da lugar a este largo poema fragmentado lleno de hallazgos expresivos, que utiliza el verso «El sol ama el camino de los mayas» como muletilla, como alfa y omega del libro. No está de más, como hace Lumbreras en el prólogo, exponer la acepción que posee la palabra zócalo para un mexicano y, en particular, Zócalo, nombre de la Plaza principal de la ciudad de México, epicentro cualquier manifestación pública, tanto de carácter reivindicativo como celebratorio, «Lugar donde se abrazan las aceras y las callejuelas, los abismos de los basamentos y la altura de los inmuebles».

Los fragmentos en los que está divido este largo poema están escritos en un tono salmódico, casi obsesivo, como de sinfonía heroica o de carácter moral, poco frecuente, sin embargo, cuando, como en este caso, el poeta parece escribir una especie de diario —«Mañana del 22 de abril de 2012», comienza el fragmento número 4— fechado y fiel a la linealidad temporal, más apropiado para la rememoración —que comienza muy pronto: «¿Cómo recuperar su infancia?»— para el aliento visionario y las correspondencias que proceden de una realidad intervenida por la imaginación y por el sueño: «Mi mirada se desplaza sobre la tapa de lo real desde que he cedido mi visión a la luz de las leyendas», escribe en otro fragmento.

La fuerza del mito como constructor de la conciencia («Aquí, bajo el sol de los mayas, siento que mi cuerpo llega a ser completo, como si mi alma se negara a completarse») y la indagación en el pasado recorren este envolvente poema, lleno de matices, esperanzado, acaso porque esta indagación no está sujeta a una fidelidad histórica, sino a acontecimientos íntimos y cotidianos que contribuyen a la creación de su propia verdad. Los poemas en los que se recrea la figura de Trotsky son paradigmáticos en este sentido. La construcción de la identidad —«El yo es arena. No semilla», escribe Adonis— no se realiza solamente con los materiales, diríamos, objetivables, sino con la alucinación, con la revelación a través de imágines cargadas de simbolismo que trasgreden los límites de la realidad, algo que está muy próximo al concepto de surrealismo que posee el autor, pero también a interpretaciones de carácter místico, teológico, vinculadas a una experiencia de la religión que va más allá de los estrechos márgenes a los que la reducen las diferentes confesiones. «La mística, ha escrito Adonis, cambia la idea de identidad. Ya no está prefabricada. Cada individuo puede cambiar su identidad a partir de su experiencia», y esto es lo que hace con maestría en este Zócalo, editado por Vaso Roto, libro que coincide en las librerías con la reedición de Epitafio para Nueva York (Nórdica), publicada por primera vez en nuestro idioma por la editorial Hiperion en 1987 y de Este es mi nombre, que data de 2006. Conviene leer y releer a este grandísimo poeta, no sólo por la belleza y la alta profundidad de su poesía, por el compromiso con su tiempo implícito en su poesía, sino porque nos ayudará a perforar las orejeras ideológicas y culturales con las que solemos mirar el complejísimo y heterogéneo mundo árabe, porque desde la comprensión del otro forja nuestra propia identidad.


CARLOS ALCORTA