Sombra roja en la revista Nexos


La poesía es la sombra de la memoria
pero será materia del olvido.
—José Emilio Pacheco, “Escrito con tinta roja”

En el país que carga con el ominoso récord de feminicidios la aparición de una antología de género no podría ser un simple capricho o arrebato editorial. Los últimos diez años hacen más urgente la tarea de darle voz a nuestras escritoras, reinyectarle oxígeno a nuestra tradición y, sobre todo, quebrar el sesgo de nuestras antologías nacionales canónicas siempre masculinas.

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El editor y compilador Rodrigo Castillo nos abre una plácida ventana a las obras de poetas de varias generaciones que se alinean a partir de Cristina Rivera Garza (Ciudad de México, 1967) hasta Karen Villeda (Tlaxcala, 1985) y que apuntan a varias geografías: Natalia Toledo (Oaxaca, 1967), Carla Faesler (Ciudad de México, 1967), Ana Franco Ortuño (Ciudad de México, 1969), Mercedes Luna Fuentes (Coahuila, 1969), Mónica Nepote (Jalisco, 1970), Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972), Amaranta Caballero Prado (Guanajuato, 1973), Irma Pineda (Oaxaca, 1974), Renée Acosta (Chihuahua, 1976), Maricela Guerrero, Ciudad de México, 1977), Sara Uribe (Querétaro, 1978), Minerva Reynosa (Nuevo León, 1979), Paula Abramo (Ciudad de México, 1980), Claudina Domingo (Ciudad de México, 1982), Xitlalitl Rodríguez Mendoza (Jalisco, 1982). Todas las autoras aparecen, además, en semblanzas que completan un epílogo muy nutrido. Y la entrada es directa, sin mediaciones, al contacto con los poemas.

Toda antología es fruto del gusto y la subjetividad personal y tiene su parte arbitraria. Sin embargo, la suelen guiar criterios de selección muy definidos; en este caso, un libro publicado en los últimos tres años y por lo menos cuatro libros publicados, señalando así una producción presente, vigente. “El libro refleja lo contemporáneo de la poesía mexicana escrita por mujeres. No me interesa hacer una revisión histórica, partir desde Concha Urquiza o Sor Juana. Ya hay antologías que lo han hecho muy bien. Mi corte de caja es Cristina Rivera Garza y esa metáfora en sus poemas del viaje, el viaje que hace para buscar a Concha Urquiza atravesando en una lancha. Y el libro cierra con Karen Villeda con el mar. Es una metáfora muy linda: arrancar en una embarcación y cerrar el libro, digo cerrar entre paréntesis porque más bien abre otras posibilidades de lectura en el futuro, sobre el mar, sobre el agua”, afirma el antologador. El mar renueva entonces su horizonte metafórico como encarnación de la literatura: el poema no deja de ser, siempre al margen del mercado, una botella con un mensaje. Cada autora moldea un mar propio de citas, lecturas y diálogos para trabajar su arte, para escribir su búsqueda poética: “A veces el Mar del Norte se transformaba en manto y había que verlo como algo ajeno. / A veces se lo podía uno colocar sobre los hombros como cosa muy usada o querida, y sentir, dependiendo de incógnitos elementos, su calor o su extravío” (Cristina Rivera Garza, “VII. El gesto de la verdadera adicta”).

En la inmensa diversidad de textos que conjugan este mar hay algo que los reúne y orienta como un faro a la navegación: el hurgar en las rugosidades del lenguaje, surcar sus pliegues más ínfimos, ya sea al atravesar sus sonoridades —como en el caso de los textos bilingües en español y zapoteco (binnizá) de Natalia Toledo y de Irma Pineda— o bien al recrear el potencial sensorial del poema entrecruzado con las artes plásticas, el video, la fotografía o el cine. Aunque no se trate de un intento deliberado por mostrar la poesía indígena femenina de nuestro país ni la escritura intermedial de las mismas, tanto diversidad lingüística como intercambio entre disciplinas artísticas aportan una riqueza única. Ambos niveles de diálogo son, sin duda, la gran virtud de la antología. Su visión y propuesta de un panorama contemporáneo nacional la hacen única y absolutamente recomendable para los pocos y valiosos lectores que tiene la poesía en nuestro país (y en cualquier otro).

A ratos sentiríamos que emerge un territorio donde reinan los conceptos, una poesía constantemente seducida por sí misma, por su metalenguaje y sus vericuetos críticos, autoreflexivos. No anclada en su forma sino en su potencial conceptual. Como en esta poética de Rivera Garza: “Bífida, como se dice a veces de la lengua para indicar que está llena de peligros. / Irresoluta, como se califica a menudo a las novelas sin final feliz”. En realidad, esta sensación es, más bien, un vaivén a lo largo del libro y cada poeta vuelve, a su manera, al hilo de lo real. En ocasiones, ocurre de manera frontal, como en este poema en prosa de Mónica Nepoteii (recogido de Hechos diversos):

Las muchachas bailan

Dónde están bailando, dónde las muchachas, todas, Sus sonrisas ahogadas por las piedras. Dónde el fragmento de sus cuerpos. Digan, dónde las muchachas bailan, dónde levantan las manos pálidas, no sus huesos —revoltijo para los perros—. Digan dónde, dónde quedan las voces, luces en la arena, no sus marcas en las dunas. Dónde las muchachas no están muertas, dónde el aire sacude sus cabellos, no como una ofrenda sino como la cosa viva que tomaron.

En otros momentos, toma el curso de una saludable ironía contra la construcción social de lo femenino, como en “Top Model” de Carla Faesler: “Sonríe mientras la servilleta, / y aún el frijolazo que se exhibe en sus dientes / es de lo más hermoso”. De cualquier manera, la violencia subyace no nada más como realidad cotidiana aniquiladora sino como control impositivo del discurso. “Vivimos en un país enfermo, en donde el Estado no nos provee de lo más indispensable, que es la vida. Hay una cantidad impresionante de feminicidios, de violaciones. Es muy triste poder ver cómo este país todo el tiempo se está cayendo a pedazos. Y Sombra roja precisamente responde también a eso. Responde a que tenemos que alejarnos de un lenguaje político, alejarnos de un lenguaje informativo, […] una respuesta contra este tipo de discursos que quieren atraparnos y las escrituras que están incluidas, incorporadas en este volumen, no necesariamente responden en contra de la violencia pero el hecho mismo de escribir poesía es, en sí, ya una resistencia. Es un acto de lenguaje porque el lenguaje nos pertenece a todos”, dice Rodrigo Castillo para describir lo que evoca y connota el título. Sombra de la sangre de Tijuana, Ciudad Juárez o Estado de México, mancha oscura de la guerra invisible, del lenguaje del terror en el fuego cruzado del gobierno y el narco. Sombra también de la memoria que dejarán nuestros tiempos. Para una de las poetas antologadas, Carla Faesler, la poesía y el trabajo con el lenguaje es igualmente una resistencia: “No debemos dejar que el discurso del poder nos despoje del pensamiento de la imaginación. Por eso lo importante de hacer este tipo de recuentos. En el párrafo estamos reunidos, justamente toda la realidad del lenguaje sí se desmarca de los sistemas del poder, de lo normativo, de lo obligatorio, de lo mandatorio. Es importantísimo saber que el lenguaje se puede acomodar de otras maneras. Eso es lo que hace la literatura.”

Las puertas que podría abrir el título no reducen ni abarcan la extensión de este atlas poético. De hecho, sus puertas han sido concebidas como las de un museo, reducido, a escala de la intimidad de la página, como nos explica Rodrigo Castillo: “Pensé en esta analogía entre el seleccionador y la idea del curador que a final de cuentas hacen la misma cosa. Yo me imagino mucho el libro como el espacio museístico, ese espacio donde puedes meter una pieza, una instalación o un discurso. Finalmente, cuando se arma una museografía para una exhibición se trata de invitar a la gente que está en la calle, traerlos hacia adentro de ese espacio, adentro está el discurso”. A partir de Mallarmé sabemos que el poema puede ser pintura, instalación, montaje, escenario donde se condensa la palabra. Así, se integran, a lo largo de la antología, piezas visuales que ensanchan y resignifican las fronteras de lectura, como en las obras de Carla Faesler, Rocío Cerón, Amaranta Caballero o Karen Villeda. En otras, el ritmo tipográfico recuerda esa condición gráfica fundamental del texto poético, como en este ejemplo de Xitlalitl Rodríguez Mendoza:

Apnea del sueño

Esto es agua / respira / abismo minúsculo dentro de otro / caes / dentro de ti caes/ dentro caigo/ todo en mí suspendido / hacia adentro / espasmos oscuros / asfixiarme es nacer / estoy naciendo / esto es agua. […]

Antologías como ésta son un grato recordatorio de que, al leer poesía, nunca olvidemos la dimensión lúdica. El lector-espectador puede participar en los procesos imaginativos del que escribe. Contra la reducción del lenguaje en las pruebas educativas, encontramos la sorpresa de este desborde provocador:

Opción múltiple

Marque con una “palomita” el inciso que considere correcto:
1. Los hechos ocurrieron cuando:
a) Una oca cruzó el libro de la selva
b) Un sismo liberó a 300 presas
c) Ella hizo un gesto de horror y asco

2. El anuncio fue a través de:
a) Señales de humo con fuego artificial
b) Un aviso en el periódico
c) Un poema de largo aliento sembrado de piedras bajo el sol
[…]

Para cerrar en acuerdo con la antología, no nos queda más que volver al mar de la mano de Karen Villeda:

El Mongol está hecho un ovillo y da más miedo que el mar encolerizado. Manos sobre la nuca de El Mongol. No se inmuta. Seis marineros son atraídos por el rompiente. Una ola burlándose. Doce tobillos correrán mañana a lo ancho. Una, una fina línea para El Almirante.

 

Álvaro Ruiz Rodilla
Investigador, doctor en Literatura Hispanoamericana por las universidades de Toulouse y Sevilla.