Ginza samba en el blog de Carlos Alcorta




Cuando comentamos la antología poética de Gerard Stern, Esta vez, editada también por la editorial Vaso Roto, no pudimos más que manifestar nuestra sorpresa ante el hecho de que una poesía de tal altura y un poeta tan imprescindible para la cultura norteamericana como él no hubieran tenido mayor fortuna editorial en nuestra lengua, hasta el punto de que la publicación de dicha antología suponía la primera incursión sistematizada de la obra de Stern. Algo similar nos ocurre con Robert Pinsky y Ginza Samba, el libro que ahora comentamos. Más allá de la recreación del personaje que los dibujantes y guionistas de la serie Los Simpson realizaron, con su mordacidad habitual, en uno de sus capítulos, la figura de Pinsky es prácticamente desconocida en nuestro país, a pesar de los esfuerzos que algunos entusiastas como Andrés Catalán —lleva años traduciendo regularmente sus poemas, publicándolos en diferentes medios, revistas o blogs— y Luis Alberto Ambroggio, poeta argentino residente en EEUU, miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, perfecto conocedor de la obra del estadounidense, a quien le une una consolidada amistad, realizan con admirable perseverancia. Ambos, Ambroggio y Catalán, han unido ahora sus esfuerzos para ofrecernos una exquisita e imprescindible antología de Robert Pinsky (Long Branch, New Jersey, 1940, poeta elegido tres veces consecutivas como Poeta Laureado de Estados Unidos (1997-2000)— una de las mayores, sino la mayor, distinción poética de su país—, así como consejero sobre poesía de la Biblioteca del Congreso, en Washington. No conviene olvidar que, aprovechando este cargo, fundó el Favourite Poem Project, con el objeto de difundir y estimular la presencia de la poesía en la vida de los ciudadanos estadounidenses. Además de crear una página web que recoge todas las intervenciones que se han apartado desde entonces, las distintas colaboraciones han dado lugar a una serie de antologías, de DVD, de programas para las bibliotecas y para las escuelas que buscan situar la poesía en la sociedad actual y conferirle la importancia que realmente posee para el crecimiento individual. Una propuesta de similar calado es la que defiende Billy Collins cuando dice que «la poesía debería formar parte de nuestra vida cotidiana». Collins es autor de un manifiesto en defensa de la poesía y desde su publicación, en la década de los ochenta, ha influido decisivamente en la implantación de la poesía dentro de la cultura norteamericana. Como Pinsky, Collins también aprovechó la notoriedad que le proporcionaron sus dos mandatos como Poeta Laureado (2001-2003) para sacar adelante propuestas que trataban difundir la poesía en la sociedad con métodos publicitarios, desde vallas en las estaciones de metro hasta la inserción de poemas en las cajas de cereales, además de encuadrarla de nuevo en los planes de estudio, de los cuales había sido desterrada. Existe, en cierta poesía norteamericana, la costumbre de considerar que la poesía tiene una función social. El poeta debe ser, además de un testigo privilegiado, alguien con carisma, con poder de convicción, capaz de denunciar las injusticias, de enfrentarse al poder, capaz de recrear en sus versos la memoria de la tribu. Pero esta idea romántica del poeta ha ido perdiendo fuerza en nuestra sociedad, incluso el propio poeta se ha visto sobrepasado por el carácter sagrado de una misión que le viene grande, en tanto él mismo mantiene con su propia obra una relación ambigua, conflictiva, escéptica y, en ningún caso, heroica o solidaria.
Los poemas escogidos que se agrupan bajo el título Ginza samba —demasiado parcial y artificioso, para mi gusto— están entresacados de todos sus libros, aunque si prescindiéramos de la detallada información que Ambroggio facilita en el prólogo, podríamos leerlo como un libro independiente, tanto más cuanto se ha transgredido el orden de edición de los poemas, hasta tal punto que «Canto Samurai», el primer poema seleccionado, pertenece al libro Jersey Rain, publicado en el año 2000, en gran medida siguiendo las propuestas del propio Pinsky, acaso porque él mismo concibe su poesía como un continuum sin notables sobresaltos, influida por los ritmos del jazz —pasión que comparte con otros muchos poetas, por ejemplo con Larkin— («En mis años de adolescencia fantaseaba con ser un músico de Jazz. Tocaba el saxofón en bailes, bodas, bares, bar mitzvahs, etcétera», escribe Pinsky), por la emoción que produce el instante sublime del hallazgo, pero también por un compromiso social que, sin embargo, no ha restado un ápice de calidad a sus poemas. Se ha llegado a decir de él que es el último poeta «civil» (a este respecto no viene mal recordar estas palabras de Mario Luzi contextualizando la figura del poeta:«Poco percibida, imponderable, a menudo irrelevante en su celosa dignidad de testigo e inventor, la figura del poeta parece encaminada a reencontrar, en su disfraz de histrión, prestigio y acogida en la sociedad moderna»), y puede que sea cierto, pero esta definición, además de un elogio, encierra una impostura, porque aceptar la etiqueta significa reducir su poesía a un solo registro, una poesía que, como escribe Ambroggio, «nos conduce de una forma innovadora a la infinitud de posibilidades que ofrece el lenguaje poético, con la constante creación de metáforas, alegorías, asociaciones, recurrencias etimológicas, datos en apariencia autobiográficos, perspectivas vivenciales. Así, crea la realidad más profunda que emociona, motiva, convocando referentes y protagonistas de historia, códigos religiosos (paraíso, infierno), en un intento, digamos, “teo-morfista”». No menos concluyente se muestra Andrés Catalán, traductor de una parte de los poemas que componen la selección, cuando escribe que «la dispersión que es principio rector del desarrollo de sus poemas, en forma y tema, tiene que ver con el deseo de atender a las cadenas de eventos y circunstancias que inciden en cualquier hecho humano; estamos ante el compromiso con la verdad». Creo que la poesía, en estos tiempos aciagos de violencia y zafiedad, no está exenta de responsabilidad civil, si entendemos por responsabilidad un compromiso con el ejercicio poético, con el rigor y con la fe en dicho proceso, una insurrección contra la realidad desde la negación de esa realidad, pero el poeta, y utilizamos de nuevo el magisterio de Luzi, «es una persona espiritual concreta, no pude tener por tanto la disponibilidad intelectual que parecen requerirle aquellos que querrían verlo en la primera fila de todas las barricadas». Acaso la intención de Pinsky, al escribir ese poema continuo que es toda su obra, sea delimitar la fragmentación, la discontinuidad propias del mundo y de la época que le ha tocado vivir, en claro contraste con la época de Dante (autor omnisciente al que ha dedicado muchas horas de estudio, del que ha traducido la Divina comedia y que es un referente en cuanto a capacidad constructiva), en la que los conocimientos estaban lastrados por unas limitaciones científicas insalvables. Acaso la actualización de los mitos, de los hechos históricos o de los episodios biográficos en un mismo plano, sin fractura temporal, no sentidos como parte del pasado sino del ahora —es sabido que toda obra está implantada en un tiempo y en una geografía que la influyen sustancialmente—, abunde en ese mismo concepto de simultaneidad y de contemporaneidad que trata de salvar las contradicciones que dan forma una sociedad desnaturalizada, disgregada, carente de sentido. Acaso esta sea la única actitud sensata para un poeta que es, además, un ciudadano consciente y desengañado, pero sin postrarse a las servidumbres de la religión o la ideología. Tal vez no sea necesario llegar a ese pesimismo creativo, el que condujo a Auden a escribir algo así como que la poesía no hace que suceda nada, para mantener un escepticismo teñido con la luz fabuladora de la escritura, aunque sólo sea como cauce de transformación individual, primer paso para aspirar a un renovación colectiva. Tal vez. 


CARLOS ALCORTA